La pasada final de Rusia 2018 ha dejado en las redes una discusión sobre la identidad y naturaleza de los jugadores que conforman al equipo nacional francés. ¿Son legítimamente franceses?, se han preguntado algunas personas. La respuesta de grupos de odio ha sido negativa. Sin embargo, Occidente celebró de manera positiva el triunfo del equipo, quizá tan sólo porque entre muchas otras cosas, su victoria encarna un significado simbólico, a saber, el de la esperanza de un mundo mejor en que, lento pero seguro, se están sajando las diferencias por motivos raciales. No es este el espacio para discusiones sobre geopolítica, aunque necesariamente se darán, dada la naturaleza polémica del acontecimiento.
Al margen de lo anterior, yo me pregunté ¿conocemos lo más básico sobre esta discusión? Es decir, ¿sabemos siquiera lo más simple como en qué parte del mundo está Africa y cuál es su relación con Francia? Seguro no me creerán algunos de ustedes si les digo que hay personas víctimas de su propia negligencia y de un sistema educativo caduco que piensan que el continente negro es de hecho un sólo país. Para el imaginario colectivo, Africa es caluroso, insalubre y pobre, infestado de leones y cazadores furtivos, atrasado y necesitado de la salvación de los países más desarrollados. Pero esto no es necesariamente cierto; uno se sorprendería, por ejemplo, de enterarse que pese a todo, Nairobi, capital de Kenya, es una populosa y cosmopolita ciudad; Marruecos es un sitio comercialmente importante para Europa, y Nigeria se comienza a estabilizar económicamente; además, y sobre todo que la humanidad entera como especie proviene toda ella de África.
Así pues, ¿qué sabemos sobre ese remoto lugar que desde tiempos inmemoriales ha fascinado a viajeros e historiadores?
Como muchos adultos jóvenes de esta generación, mi acercamiento al continente africano fue a través de la escuela y documentales amarillistas que me dieron una visión sesgada y triste de lo que ocurría por aquel lugar. Me tocó en consecuencia experimentar aún las secuelas del Live AID y el triunfo mediático de U2 (Bono) y no de los países a los cuales se trataba de ayudar (Sudán, Etiopía y Somalia) con ese concierto; también vibré de emoción con USA for Africa y su himno We are The World, liderado por el entonces Príncipe del Pop… Pero nada de eso, era África.
Cuando tenía 13 años, un día en que llegué tarde al colegio y no tuve más remedio que irme de pinta, conocí un libro que por mucho se convirtió en uno de mis favoritos: Cuento negro para una negra noche. Esa mañana los pantalones grises de lona confirmaron su inutilidad para una mañana gélida. El suéter azul del uniforme era otro mentecato que estaba sobre mis hombros tan sólo para hacerme sentir incómodo. No paraba de frotarme las manos, pensando desesperadamente a dónde podría ir un chico como yo, sin dinero y sin mucha experiencia del mundo un día lunes en que no se entró a la escuela. Deambulé un rato por las calles hasta que mi mirada se topó con una diminuta accesoria en cuyo dintel decía Librería Municipal. No lo pensé demasiado, el lugar estaba cálido. La directora, una señora amable, al ver mi uniforme, y comprobar la hora, supo de inmediato que me había saltado las clases. No me lo dijo, pero cuando me acercó un vaso desechable con té caliente y un plato de galletas, supe que ella estaba feliz de que yo hubiera entrado en aquel lugar en vez de ir a apedrear cualquier cosa como solían hacer los demás chicos. Ya estaba ahí y de algún modo tenía que compensar el gesto, así que me paseé por los estantes, y luego de probar suerte con Drácula de Bram Stoker, vi el libro, menudo, delgadito, pero de una flamante y vistosa edición, con una imagen provocativa y retadora en la portada: Cuento negro para una negra noche del estadounidense Clayton Bless.
Bless pasó tres años en Liberia, un tiempo breve, si consideramos que su único trabajo traducido al español, refleja con verdadera maestría la vida del África Occidental. Sin duda es un relato extraordinario que trata magníficamente un tema espinoso para el pensamiento humano: el mal y su existencia en la tierra. Convengo, sin embargo, que la novela de Bless puede aún ser demasiado occidental, pero también reconozco que es una buena entrada para que los niños y los jóvenes accedan al conocimiento de otras culturas y otros mundos tan remotos como puede ser Liberia.
En la actualidad, sin embargo, se ha consolidado un movimiento editorial africano que reivindica a los países del continente y que llama al resto del mundo a prestar atención en el continente negro, un movimiento de libros para niños que lucha contra los estereotipos, el paternalismo político y las falsedades mediáticas. Ese movimiento se ha materializado, entre otros muchos esfuerzos, en el Premio al mejor libro africano para niños (CABA, Children’s Africana Book Award) que se otorga anualmente tanto a escritores como ilustradores de origen africano cuyos trabajos contribuyan al entendimiento de las culturas de las diversas sociedades africanas.
El premio tiene dos categorías: libros para niños pequeños y libros para adolescentes y jóvenes. Este año 2018, los ganadores en la primer categoría fueron los libros ilustrados Bebé va al mercado, escrito por la cuentacuentos y escritora nigeriana Antinuke e ilustrado por la británica Angela Brooksbank; La lista de la abuela, escrito por Portia Dery, y ¡Mamá África!, de la escritora estadounidense Kathryn Erskine. De todos ellos, quisiera detenerme un poco en el primer libro, porque con él tuve de inmediato una extraña cercanía. Me evocó aquellos días en que yo también iba con mi madre al mercado y más aún: cómo siendo muy pequeño iba a la inmensa central de abastos de la Ciudad de México a comprar los comestibles que mis padres mercaban en los tianguis del norte de la ciudad. El libro es bellísimo, de cálidas y sencillas ilustraciones que nos recuerdan el vínculo que deberíamos tener todos con la tierra, con los colores de las frutas y los olores de los alimentos y con nuestras madres. Sencillamente un relato honesto, tierno y acogedor que gana por su espontaneidad y dinamismo, por la simpleza bellamente relatada de un día cualquiera en el mercado.
Por otra parte, Cuando la mañana llega, novela sobre el Apartheid y el levantamiento de Soweto, de la sudafricana Arushi Raina y Miren a los soñadores, de la camerunesa Imbolo Mbue, novela que relata las dificultades de un joven matrimonio de Camerún en un afán por conquistar el sueño americano, fueron las ganadoras de las categorías de libros para adolescentes y jóvenes. En particular la novela de Imbue me llama la atención por la actualidad y pertinencia que tiene. La obra nos saca un tanto de nuestra tragedia personal y nos expone muy bien que el problema de la migración, el racismo y la intolerancia está afectando a todo el mundo y no sólo los mexicanos pasamos mal rato con nuestro vecino del norte. La novela de Mbue, relata la historia de un joven matrimonio camerunés que llega a trabajar a la casa de un rico empresario. Tan pronto como se ven protegidos por un buen empleo y salario, el sueño de prosperidad y dicha se ve afectado por la Gran Recesión que lleva a su patrón a la ruina.
El Premio al mejor libro africano para niños fue Creado por el Consejo de divulgación de la Asociación de Estudios sobre África y se ha otorgado anualmente desde 1991. Ojalá esta pequeña nota consiga incentivar el interés por conocer la cultura de otras latitudes y llevarla a los niños y jóvenes lectores mexicanos, cuyo conocimiento necesita casi siempre de la mediación y la experiencia previa de un lector que ha querido comenzar a entender.